Cuando nos atrevemos a sacarnos el temor, el horror y nos detenemos con la frente en alto en lo que significa la prevención del abuso sexual infantil, podemos descubrir algunas cosas. Para partir, podemos contemplar cómo en cada uno de los escenarios en los que este crucial tema se pone sobre la mesa; jardines infantiles, colegios, casa, organismos y profesionales de la salud, etc., en todos ellos aparece una tendencia, lamentablemente frecuente, de depositar en el niño un problema que nos parece irremediablemente de los grandes.
La mayoría de los programas que se aplican para prevenir abuso sexual infantil desconoce de manera grosera la responsabilidad que nos cabe como adultos y la deposita, en cambio, en los niños, bajo el lema del auto cuidado ó en la tecnología, bajo el lema de mayor seguridad. Dejándonos a los padres y a los que integramos la sociedad en donde esto sucede, prácticamente fuera de la escena. Detenernos para denunciar ésto nos parece urgente.
Urgente detenernos a entender que el abuso, sea del tipo que sea, implica siempre violencia y a tres actores: víctimas, abusadores y espectadores. Sobre ellos es que quisiéramos dirigir la mirada, sobre todos nosotros que convivimos con nuestros hijos y con los hijos de otros, sea cual sea el lugar donde vivamos, la familia que habitemos o el trabajo que realicemos. Niños hay en todas partes. Y abuso también.
Lamentablemente, donde más hay, y las estadísticas no mienten, es en lugares en que el niño y el abusador se conocen. De eso es de lo que tenemos que hacernos cargo. Es relevante el auto cuidado, es fundamental que nuestros niño conozcan los nombres con que nombramos el cuerpo, los límites que fijamos para tocarnos y mostrarnos, las diferencias entre adultos y niños, las muestras de cariño que pertenecen a las parejas (sexuales) y las que pertenecen a quienes se quieren, etc. Sin embargo, de nada sirve si en una situación dada en que un niño se decide a revelar una situación de abuso –ya sea directa ó indirectamente- respondemos alarmados y desarmados ante el horror ó, por lo mismo, decidimos que el niño está malinterpretando una situación. Si a él o a ella no le gustó, si le hizo sentir mal, incómodo, eso es lo que importa y basta eso para que sea lo que sea que esté sucediendo, ese niño cuente con adultos responsables que se hagan cargo de su dolor y hagan algo al respecto para cuidarlo más y mejor.
Y si no nos es posible, entonces pidamos ayuda. No tenemos por qué ser expertos en una materia que suele viajar por debajo de las alfombras de las casas.
Noviembre 2012
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ESCRITO POR...
Macarena Kolubakin Muñoz. Psicóloga Clínica; escucho a los que quieren escucharse a sí mismos
Mujer intensa, empedernida, libre y comprometida con la palabra. Madre de dos pequeñas de 9 y 8 años
Por la palabra, ahora y siempre!
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Por la palabra, ahora y siempre!