Carmen Ibarlucea nos comparte el último cuento de su libro de relatos "Frágiles biografías", una historia basada en hechos reales de cómo una familia llegó a la Educación en casa.
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13 puntos de excentricidad
El pediatra la vio salir y meneó la cabeza en señal de incredulidad. Llevaba treinta años de profesión y había escuchado muchas locuras en boca de madres primerizas, pero lo de esta mujer superaba a todas las demás con creces. Fue una suerte que se mostrara educado al tranquilizarla, pues de lo contrario, llegado el momento de la disculpa todo hubiera sido más violento.
La madre, al salir de la consulta, comprendió que estaban solos su esposo y ella, con su pequeño problema. El pequeño problema sonreía y parloteaba aceleradamente contando a su madre todo lo que veía. La gente se volvía a mirarlos pues el nene, entusiasmado, señalaba coches, motos y camiones, explicando aceleradamente cosas incomprensibles, mientras su madre respondía sosegadamente ( y ¿coherentemente?) sobre el funcionamiento de los motores de explosión, lo que hacia de la conversación un verdadero espectáculo.
Habían acudido al pediatra por que en realidad no sabían a quien acudir. Y no es que no lo vinieran sospechando casi desde el comienzo. No es normal tener un bebé de tres meses que apenas duerme, o un bebé de siete meses que te llama por tu nombre, o un bebé de diez meses que cuenta hasta diez y reconoce las letras … pero, un bebé de dos años y medio que sabe leer la letra autógrafa de su madre ... eso es algo que no puedes dejar pasar.
“Doctor, ayer mientras yo estaba poniendo a su hermano en el cochecito para salir, lo escuché hablar en la cocina. Había tomado el papel donde yo había escrito lo que necesitaba comprar, y leía: leche, arroz, agua”.
El médico no quiso escuchar más; ella supo que había llegado el momento de respirar profundo y tomar fuerzas. Las iba a necesitar.
Aquel tesoro, hiperactivo, de su corazón cumplió tres años y acudió durante dos semanas a la Escuela Infantil. La profesora, con buen criterio, le sugirió esperar un año más. Y un año más no fue suficiente.
Aquel bebé que no conocía el llanto, enmudeció. Sus ojos pestañeaban aceleradamente, sus labios se curvaban con tristeza y dejó de hacer preguntas. Su madre lo sacó de la escuela.
Dos años permaneció en silencio, desconfiando del mundo. El gobierno regional los acusó de irresponsables, en su defensa vinieron, volando, psicólogos de la potencia mundial. El veredicto, un CI de 255 puntos y una personalidad con 13 puntos de excentricidad. Más de diez puntos te convierten en alguien poco convencional.
El juez, sabiamente, dictaminó: “el sistema educativo no esta preparado para atender las necesidades emocionales y cognitivas de este niño. Solo sus padres pueden darle al mismo tiempo, el amor y el estímulo intelectual que necesita.”
La madre sabía que había vencido, pero no al gobierno regional, ni al saber médico, ni al poder judicial; cosas todas banales. Ella había vencido a la infelicidad y a la muerte. La madre, en su infancia conoció el dolor de otras madres de su familia, que habían perdido a sus hijos a manos de la tristeza y la incomprensión del mundo, pero ella no, ella estaba dispuesta a luchar contra la anómala dictadura de los genes y la normalidad.
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ESCRITO POR...
ESCRITO POR...
Ipe, de nombre oficial Carmen Ibarlucea trabaja como narradora oral y tiene algunos libros publicados. Ha educado a sus hijos, ya adultos, en familia durante sus últimos 8 años de estudios.
Puedes leerla en su blog: www.carmenibarlucea.info
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